No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que le obedezcáis en sus concupiscencias.
Este fin de semana estuve hablando de la nueva vida. Hay dos tipos de vida: la vieja de Adán y la nueva de Cristo. La vieja tiene que ver con el hombre que intenta preservar y dar significado a su existencia mediante sus obras, sin darse cuenta que lo que logra con ello es mantener el dominio del pecado y la muerte en su vida. La nueva vida, por otro lado, describe la nueva relación que la humanidad goza con Dios. En el Segundo Adán Dios levantó una nueva humanidad que justificó; es perfecta y vive en armonía con el Cielo. Los que viven en la nueva vida, viven en esa nueva humanidad y disfrutan de paz.
Pablo nos enseña que al venir Cristo al mundo destruyó la antigua vida que heredamos de Adán y restableció una nueva. La justicia de Uno, esto es, la de Cristo, es la base de esa nueva vida. Con su justicia, Cristo hizo posible que el reino de la gracia se estableciera y se le otorgara al hombre un nuevo comienzo, una nueva vida, como don del cielo; enteramente aparte del hacer del hombre en su intento de obedecer la ley. De hecho, Pablo sostiene que esta nueva vida no la puede producir la ley, pues la ley se añadió para que abundase el pecado (Romanos 5:20).
En este artículo deseo responder a la pregunta: ¿Cuál es el pecado que reina en la vida del hombre? No trataré de lo que es obvio, es decir, está de más probar que el pecado reina cuando nos entregamos a los placeres del mundo y actuamos en total rebelión contra Dios. Todos reconocemos y aceptamos esto. Deseo hablarles del pecado de los pecados, del gran pecado que cierra las puertas al reino de Dios, y que el Enemigo de toda alma se ha encargado de hacernos ciegos a él: el pecado de procurar aceptación en la justicia moral, el pecado de la distorsión del evangelio.
Tanto en Romanos como en Gálatas, Pablo advierte a sus lectores que las obras no pueden justificar al hombre, que los que desean justificarse en la ley, han caído de la gracia. El pecado en este contexto es el intento de vivir sin la justicia que se manifestó en Jesucristo. Este es el gran pecado de Israel que los tiene bajo condenación, y que continúa reinando: rechazaron la justicia de Dios y procuraron establecer la suya propia (Romanos 10:3). El mismo que el autor de Hebreos condena tan seriamente. Es el peor de los pecados porque tiene por inmunda la sangre del pacto con la cual Jesucristo santificó y perfeccionó a su iglesia y rechaza al Espíritu de Gracia (Hebreos 10:29). Hace a los hombres muy celosos, pero es un celo alimentado por la ignorancia (Romanos 10:2).
Cuando este pecado reina, ciega los ojos a la única verdad que puede salvar al hombre. Los hace unos necios, unos tontos, embrujados por satanás para hacerlos regresar a su propia justicia (Gálatas 3:1). Terminan engañándose a sí mismos al distorsionar el evangelio. Argumentan: no es mi santidad, es la de Cristo en mí, la que me salva. ¡Oh almas tontas, no se dan cuenta que si la justicia en la cual confían se encuentra en ustedes ya no están confiando en la justicia del evangelio, pues la que el verdadero evangelio proclama es la justicia que se encuentra en el Cristo que está a la diestra de Dios!
Estas pobres almas vuelven a amar lo que una vez aborrecían. Bien dice Pedro: ¨el perro vuelve a su vómito”. “Pero temo que, de alguna manera, su pura y completa devoción a Cristo se corrompa, tal como Eva fue engañada por la astucia de la serpiente. Soportan de buena gana todo lo que cualquiera les dice, aun si les predican a un Jesús diferente del que nosotros predicamos o a un Espíritu diferente del que ustedes recibieron o un evangelio diferente del que creyeron¨ (2 Corintios 11:3-4).
El pecado que reina en la iglesia es el pecado de la indiferencia, da lo mismo si se predica o no el evangelio. Cuando escuchan pisotear el evangelio se dicen a sí mismos: ellos aman al Señor, aunque son ignorantes; y por amor a esos ignorantes, preferimos pisotear el evangelio de Cristo. Gracias a Dios por un Pablo que no estuvo dispuesto a ceder para que la gracia de Dios permaneciera en la iglesia cristiana. Hoy día vivimos de esa gracia porque el Gran Apóstol de los Gentiles no permitió que el evangelio fuera distorsionado.
Al igual que Israel, muchos olvidan prontamente la tierra de esclavitud, donde reina el esfuerzo del hombre, y desean volver a Egipto. Alardean de libertad pero son hijos de esclavitud. Cristo mismo aseguró, a los judíos que lo rechazaron, que si el Hijo no es el que liberta, el hombre permanece en esclavitud. Puedes darte cuenta, eres libre cuando logras reconocer que lo que salva no es lo que se hace en ti, sino lo que Dios hizo en Cristo. Por lo general, cuando se lee de los problemas que tanto Jesús como los apóstoles tuvieron que enfrentar, se piensa que fue con personas inmorales. La realidad es todo lo contrario, fueron los religiosos, personas morales, las que se opusieron a Cristo. Aquellos que valoran más lo que se produce en ellos que lo que Dios hizo en Cristo, terminan negando el evangelio; en estos reina el pecado.
La iglesia se ha cuidado que la inmoralidad no entre a sus puertas. Sermón tras sermón enseñan a los oyentes a cómo evitar las obras que llaman pecado, pero son totalmente ignorantes del pecado de los pecados: el pecado de la justicia propia. Como resultado tenemos muchos hombres y mujeres que presentan una vida ejemplar, pero conocen muy poco de Cristo y de su gracia. Mientras tanto se menosprecia el evangelio de la suficiencia de Cristo que libera al hombre del eterno juicio.
¿De qué les gusta hablar a tus líderes religiosos? Hablarán lo que consideran de mayor importancia. ¿Qué cantan? Cantarán de sus experiencias porque eso es lo que buscan. El pecado reina en la iglesia, y son los líderes espirituales los que le han abierto la puerta; y hacen que adoren al hombre en lugar de Dios. El pecado reina cuando el evangelio se pisotea, el pecado reina cuando la experiencia del hombre toma el lugar de la perfecta obediencia de Cristo para dar seguridad. El pecado reina cuando la iglesia se preocupa más de cómo hacer sentir bien a sus miembros, cómo tener éxito en las relaciones sociales, cómo tener prosperidad, cómo experimentar a Dios, y tantas otras enseñanzas que ocupan al hombre para que no se dé cuenta que vive sin Cristo.
Estamos de acuerdo con lo escrito por James Montgomery:
“Los evangélicos usan las palabras de la Biblia pero les dan un nuevo significado, vertiendo un contenido malo y secular en una terminología espiritual. Pero, de hecho, diferente. Ahora estamos viviendo en una edad terapéutica. De modo que los evangélicos han rediseñado su teología en términos psiquiátricos. El pecado se lo presenta como un trastorno de la conducta. La salvación, como estima propia o hacer al individuo integro, pleno. Jesús es más un ejemplo de cómo vivir una vida recta que el Salvador del pecado y la ira de Dios. Domingo tras domingo se les dice a las personas cómo tener matrimonios felices y educar buenos hijos, pero no cómo encontrar justificación delante de Dios.”
Mi amigo, el pecado de los pecados reina en tu vida cuando prefieres escuchar, defender, promover el error en lugar de defender la justicia de Cristo. La iglesia de Cristo debe levantarse en protesta contra todo aquel que pisotee la suficiencia del Hombre del Calvario. Permanecer indiferente es permitir que el pecado reine. Necesitamos hombres y mujeres con una visión revolucionaria, nuevos reformadores que estén dispuestos a vivir en la soledad y, si es necesario, dar sus vidas por defender que Cristo es lo único que el hombre necesita para su salvación eterna. Para ti es el mandamiento: no reine el pecado en tu cuerpo mortal para que lo obedezcas en sus concupiscencias.
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