Roberto Enright, como resultado de una serie de investigaciones que hizo en la universidad de Wisconsin en 1985, organiza lo que hoy se llama el Instituto nacional del perdón. En el 1996 publica un artículo titulado: “Un enfoque científico del perdón”. El siquiatra Ricardo Fitzgibbons, comentando sobre esta investigación, escribió:
“La investigación acerca del perdón por Roberto Enright y sus asociados puede ser tan importante para el tratamiento de los desordenes mentales y emocionales como lo fuera el descubrimiento de las drogas sulfato y penicilina para el tratamiento de enfermedades infecciosas.”
El sicólogo Harden señala que el perdón “no sólo acrecienta el potencial para la reconciliación, sino también libera al que ofende de una prolongada ira, cólera, y depresión asociada a los problemas fisiológicos, tales como enfermedades cardiovasculares, alta presión, hipertensión, cáncer, y otras enfermedades sicosomáticas.”
El salmo 32 es un himno que expresa el regocijo y la felicidad del hombre a quien Dios perdona. A través de las edades, las almas agobiadas por un sentido de culpa han encontrado alivio en sus palabras. David lo escribe bajo la convicción de su propio pecado y en alabanza a la maravillosa gracia divina que recibe a pecadores. Es un himno que únicamente pueden cantarlo aquellos que entienden la enormidad de su culpa y la bondad del Eterno Dios, que tuvo la misericordia de rescatarlos del tremendo juicio que les esperaba. Newton es uno de estos hombres; su profunda convicción de pecado lo lleva a apreciar el valor de la gracia. Entiende que Dios es santo, recto y perfecto; y reconoce que, como pecador, merece el infierno: que lo destruya la justa ira divina. Percibe con claridad su indignidad: tiene un corazón malo y rebelde, y lo sorprende y maravilla que el altísimo le otorgue su misericordia, a pesar de haber vivido en tan gran rebelión. Inspirado por esta verdad escribe uno de los himnos más hermosos del Cristianismo llamado maravillosa gracia.
En una ocasión se hizo un recital y se invitó a un famoso declamador para que presentara el salmo 23. El hombre toma la tarima y comienza a expresar con gran elocuencia cada verso del salmo. La gente lo interrumpe a menudo para aplaudirle. Sus palabras parecen vibrar en los corazones de la audiencia. Al terminar, el público se pone de pie y le aplaude por un largo rato. Sin lugar a dudas el salmo había cobrado una vida única en las palabras de este artista. Después se pidió a la concurrencia si había alguno que deseara recitar el mismo salmo; en ese momento se pone de pie un hombre de apariencia muy humilde y se dirige a la audiencia: “No tengo las palabras y la elocuencia de este maravilloso declamador, pero deseo recitar estos versos porque ellos han sido mi consuelo en muchos momentos de sufrimiento. Con voz sencilla, carente de la elocuencia de un experto, y sin abrir siquiera sus ojos, avergonzado y tímido, comienza a recitar el salmo. Sus palabras son profundas, cada escena que describe cobra tal realismo que las personas pueden sentir que son una oveja y que el pastor esta allí. No hay aplausos para interrumpirlo, sino un rotundo silencio que permite escuchar un alfiler que caiga en el piso. El declamador experto, que se halla sentado en la primera fila, mira hacia atrás ante aquel mágico silencio, para descubrir la concurrencia en llanto. No hay aplausos, sólo lágrimas.
Tras haber terminado el hombre, el declamador se pone en pie y dice: Por años he estado perfeccionando el arte de la recitación y mis palabras comunican ideas con belleza y armonía; yo conozco las palabras del salmo, pero este hombre conoce al Pastor.
Así pasa con el salmo 32, únicamente pueden cantarlo con regocijo pecadores que la sangre de Cristo ha perdonado y conocen al Señor que los redimió. Pablo encontró en este salmo su doctrina de la justicia imputada. Doctrina que enseña que si vienes a Dios en fe, reclamando el perdón de pecados, él te trata como si fueras justo y te acredita o pone a tu cuenta la perfecta vida obediente de Cristo; a pesar de que eres un impío. De manera que, ante los ojos del Cielo y por causa del Salvador, eres tan perfecto como Jesús mismo. Esta gloriosa verdad proclama el evangelio, y en ella Dios revela su poder y sabiduría.
David cantaba:
Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño (salmos 32:1-2).
Comienza expresando la felicidad que experimenta aquel que Dios perdona. Quien no conoce lo que es una conciencia culpable jamás podrá entender la dicha del perdón. Sólo espíritus inquietos por la visión de la perfección divina pueden agradecer y alabar la infinita bondad de Jehová que decide perdonar. La persona que sabe que en ella no hay rectitud alguna es la única que, al escuchar del perdón, llena sus labios de agradecimiento. Jesús declaró en una ocasión que a quien se le ha perdonado mucho, ama mucho. De esta manera muestra que únicamente aquellos que conocen la seriedad de su pecado pueden apreciar el valor del don que el Cielo otorga.
Cristianos nominales, indiferentes y con espíritu farisaico, nada entienden de la felicidad que siente una persona cuando Dios la perdona. El primer requisito para apreciar la gracia es reconocer tu total impotencia frente a lo que Dios demanda. Pablo amaba la gracia porque conocía lo que era estar bajo el juicio de Dios. Había sido un perseguidor, un blasfemo, un asesino y no sólo se lo perdona, sino que se lo constituye en uno de los más grandes maestros de la iglesia cristiana. Conquistado por tan grande amor lo sufre todo por su Salvador y sin vergüenza alguna confiesa: “yo soy impío”, “soy el más grande de los pecadores”.
El salmo enseña que santo es aquel que confiesa ser el más grande de los pecadores, no el que se gloría de cuán bueno es. Si entiendes tu condición pecaminosa, lo malvado de tu corazón, no acusarás a los demás por sus “pequeñas” faltas. Tan grande es la convicción de tu propia indignidad que no tienes tiempo para mirar las faltas ajenas.
Pero, por otro lado, si piensas que en ti existe algo bueno que Dios pueda reconocer como digno de alabanza, continuarás confiando en ti mismo y te gloriarás en tus virtudes. El pensar de esta forma te hace un impío en los ojos del Cielo; te engañas y haces a Dios mentiroso, pues él testifica que toda justicia personal es trapo de inmundicia y que sólo existe una obediencia capaz de lograr la reconciliación. Y ésta debe ser perfecta, libre de todo egoísmo, y que no procure la alabanza propia.
Isaías 59:6 se refiere al impío al escribir: “sus telas no servirán para vestir, ni de sus obras serán cubiertos; sus obras son obras de iniquidad, y obra de rapiña está en sus manos.” Con estas palabras Dios advierte que si te acercas a él necesitas obras perfectas que cubran tu desnudez. En el día final los enemigos del evangelio quedarán expuestos, al descubierto, porque las obras en las cuales se confiaban no tienen la habilidad de cubrirlos. Únicamente el manto glorioso de la perfección de Jesucristo cubrirá tu desnudez espiritual y te presentará justos y sin mancha delante del Juez del universo.
La dicha del perdón
Aquel que peca lleva una pesada carga sobre sí que sólo el sacrificio de Cristo puede quitar. Perdón significa que Jesús levanta tu carga. Los sacrificios que Israel realizaba en el templo confesaban que el delito del pecador pasaba al cordero y así lo libraba de su culpa, simbólicamente. Esta fue la provisión divina para el problema del pecado.
En la Biblia perdonar no significa que Dios ignore tu ofensa, más bien es resultado de castigarla o enjuiciarla. Para que el Juez Eterno pueda declararte justo y digno de su reino tuvo que castigar tus rebeliones en otra persona, otro tuvo que recibir el peso de la justicia divina, este fue Jesucristo. Este concepto de perdón lo desarrolla magistralmente Isaías 53. El profeta asegura que Dios en su Mesías lleva tu iniquidad para hacer posible que el perdón se te otorgue.
Mantendrás una actitud de adoración y agradecimiento en la medida en que entiendas el alto precio que el Cielo pagó por tu perdón. Serás dichoso o feliz porque te habrás dado cuenta que no experimentarás el juicio de muerte que tu pecado merece. Feliz es el hombre que reconoce cuánto Dios le ama y lo que hizo por él.
El cubrir del pecado
La Biblia emplea las palabras y el modo de pensar de los humanos para comunicar las experiencias de Dios. No obstante, el cristiano entiende que es una forma figurada de comunicación para que conozca lo que el Cielo desea revelarle. Cuando te hablan de cubrir algo de inmediato piensas en ocultarlo de la vista de alguien. Dios te está hablando como a un niño, te dice que él cubrió lo malo que hiciste y ya no lo puede ver, por lo que no continua enojado contigo. Esta es la verdad detrás de la doctrina de la salvación y la reconciliación que la Biblia enseña. Cubrir significa que Dios puso como velo o cubierta la perfecta humanidad de su Hijo de modo que tu condición pecaminosa no se descubra. Este acto le permite obrar favorablemente hacia ti. Decía el salmista:
“Oh SEÑOR, tú mostraste favor a tu tierra, cambiaste la cautividad de Jacob. Perdonaste la iniquidad de tu pueblo, cubriste todo su pecado. Retiraste toda tu furia, te apartaste del ardor de tu ira” (Salmos 85:1-3).
Escucha mi amigo y hermano en el Señor, todos los beneficios que te otorga tu amante Padre celestial son el resultado de haber cubierto tu pecado y apartar de ti el ardor de su ira. El salmista dice de Dios: “tu perdonaste la iniquidad”. Cuando él perdona tu iniquidad no puede ver en ti razón alguna para condenarte.
De Dios es la gloria de cubrir el pecado. La contradicción de la gracia se aprecia en que al tú cubrir tu pecado no prosperas ni alcanzas misericordia (Prov. 28:13), pero si Dios lo hace, la gracia se manifiesta y te otorga vida. Cuando Adán trata de cubrir su desnudes se coloca bajo el juicio; cuando Dios lo cubre, alcanza perdón.
Únicamente Jehová tiene la autoridad y el medio para cubrir el pecado. Tú no tienes lo que se necesita para hacerlo y es por esto que, cuando lo intentas, en lugar de obtener lo que tanto deseas, lo pierdes.
Cubrir el pecado es otra manera de afirmar que Dios no te lo imputa o no lo pone a tu cuenta. De ahí que pueda continuar su relación contigo y te trate como si fueras justo, aunque personalmente no lo eres. Donde el pecado no se imputa existe rectitud. Al creyente se lo ve sin pecado, su transgresión desaparece de los registros celestiales; de suerte que, éste, así bendecido, goza de una posición de justicia. Mientras que David habla de que Dios no imputa el pecado, Pablo habla de lo mismo de manera positiva como la imputación de Justicia. Donde no se imputa pecado no hay transgresión, de ahí que Dios te considere justos, cumplidor de todas sus demandas. Mi amigo, no es glorioso este pensamiento: que el Todopoderoso te tenga por hijo fiel, que te mire en este momento como si fueras tan obediente a su ley como lo fue Jesús mientras estuvo en la tierra!
Es aquí donde Pablo descubre el poder del perdón, cuando Cristo lleva tu iniquidad, la ahoga en su perfección y sólo su rectitud aparece ante los ojos de Dios. La maravilla del perdón se encuentra en lo que efectúa. No sólo en el hecho de que tu Padre celestial no tome en cuenta tus pecados, también que tus registros quedan limpios como resultado; libres de toda deuda. Esta relación de perfección y armonía la logró Jesús con la vida perfecta que vivió en el mundo y con la muerte que experimentó en lugar de todos los hombres.
La justicia del impío
David continua: Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. 4 Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. 5 Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.
Quién puede aseverar cosa más loca, que se tenga por bendición el asegurar que Dios te tiene por justo cuando declaras abiertamente que eres un impío. Es gloria del creyente reconocer su culpa y es gloria de Dios el acreditarle justicia. La locura del evangelio consiste en esta extraña justicia del creyente que mientras más impío confiesa que es, más justo llega a ser ante la apreciación divina. La mente carnal no puede entender esto, para la mentalidad farisea es inconcebible, es una locura; pero para los impíos que han encontrado gracia ante Dios es el ancla donde su fe descansa.
El extraño drama de la cruz es la declaración publica de esta verdad. En la cruz Cristo estaba confesando, en representación de la humanidad, el pecado de todos, decía: “Yo soy pecador, merezco el juicio divino y el infierno.” Y con esta confesión, colgando desnudo, descubre ante Dios tu pecado. El más grande de los pecadores no lo fue Pablo, sino Cristo; y a su vez el hombre más justo o, mas bien, el único justo.
Nuestra justicia consiste en no cubrir el pecado, confesarlo ante Dios; y ninguno de nosotros lo ha hecho en espíritu y en verdad, de manera perfecta; y puesto que Cristo es el único que en representación nuestra lo ha logrado, es por excelencia el más grande de los justos. Es legítimo concluir que en él todos nos arrepentimos y, por lo tanto, se nos tiene por justos de igual manera, ya que presentó su arrepentimiento en lugar nuestro.
David llama Santo y justo a este hombre que reconoce que es un pecador, que ha violado la ley divina y que ciertamente merece el infierno. Él nos dice:
Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado; Ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él. Muchos dolores habrá para el impío; Mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia. Alegraos en Jehová y gozaos justos (los que han sido justificados); y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón (Salmos 32:6-11).
¿En que consiste la impiedad del impío? En creerse bueno. David llama impío a todo aquel que, por encubrir su pecado, no se acoge a la misericordia ya que piensa que no la necesita. Impío es el fariseo hipócrita que alardea que la bendición que ha recibido evidencia la bondad que hay en él. Piensa que Dios lo tiene por justo porque encontró en él algo bueno. David declara que: “Muchos dolores hay para el impío”, y alude a la experiencia de aquellos que están bajo la mano de Dios por no confesar su pecado y pretender que son buenos.
La idea que el mundo tiene de lo que es una persona justa es contraria a lo que dice el salmista. Para el mundo justo es aquel que no peca y, por lo tanto, no necesita de arrepentimiento. Este tipo de persona no necesita orar “perdona nuestras deudas”; sin embargo, para David, esta actitud es impiedad y los que la practican son impíos, fariseos sin futuro alguno en el reino de Dios.
Pero, bíblicamente hablando, Dios es quien llama justo al hombre y éste es feliz no porque entiende que en él no hay pecado, sino en el hecho de saber que Jehová lo considera una persona justa. Justo es aquel que no se engaña, pretendiendo ser algo que no es; antes confiesa que el pecado mora en él y que ha ofendido a Dios. Presta atención mi hermano que David en el verso 11 llama a este hombre uno que posee un corazón recto.
Es una maravilla y una gloriosa contradicción de la gracia que si reconoces que tu corazón es malo el Cielo asegura que tienes un corazón recto. Si insistes en negar tu condición de pecador sólo escucharás estas palabras en el día final: “apártate de mi obrador de maldad”. Pues Dios tendrá por recto únicamente al que no oculta su condición de maldad. De ahí que al confesar que eres impío es cuando más justo tu Padre celestial te encuentra.
Resumiendo lo dicho, la justicia del Justo se encuentra en confesar su indignidad y reconocer su pecado. Por extraño que parezca, los que deseen alcanzar la justicia y recibir la bendición eterna deben confesar su impiedad y reconocer que en ellos no reside el bien. Porque, como asegura Pablo: “Dios justifica al impío”. Ya que únicamente pecadores tienen necesidad y al mirar al cielo bajan sus cabezas en humillación ante la rectitud y santidad divina, diciendo: “Señor se propicio de mi pecador”. ¡Oh maravillosa contradicción de la gracia que tenga por justo al impío!
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