Tal vez alguien no sepa lo que significa el término “presupuesto”, pero cuando ese alguien no es de aquellos a los que le sobra el dinero, es mejor que se entere del significado de este término más temprano que tarde. De hecho, lo ideal sería que cuando cualquier persona que obtenga sus ingresos por primera vez, sus padres ya debieran haberle enseñado cómo establecer sus objetivos financieros: los de corto, los de medio y los de largo plazo.
¿Aspirará esa persona a comprarse una casa o hacer estudios en el extranjero algún día? ¿O más bien piensa en un automóvil o en viajar por placer, ya mismo? Pero además, si ese alguien es desprendido y agradecido con la vida, también deberá pensar que, en algún momento, deberá afrontar los estudios de los hijos que tenga o los cuidados de sus padres cuando sean muy mayores, sin hablar de sus propias necesidades futuras después de jubilarse. Desafortunadamente, la mayoría de las personas que inician su vida laboral poco o nada ha pensado en esas cuestiones. ¿La razón? No han recibido una mínima educación financiera, ni en su hogar ni durante su vida escolar.
Y precisamente por ello, cuando menos se lo imaginen, esas personas serán esclavas de sus propias deudas, de las cuales no tendrán cuando salir. Por ello, no importa cuan pobre se sea hoy, el prepuesto es la herramienta. Sólo ella asegura el poder tomar el control de las finanzas personales y alcanzar los objetivos financieros de las personas.
Por ello, si bien al principio la sola idea de elaborar un presupuesto suena complicada, difícil, tortuosa, la confección del presupuesto será el ejercicio que tarde o temprano cualquiera tendrá que hacer para sobrevivir en una economía cada vez más consumista, donde las tentaciones de gasto son muchas, pero las salidas a los eventuales sobreendeudamientos, pocas.
Básicamente un presupuesto sirve para saber en qué se gasta el dinero, para priorizar entre gastos obligatorios, necesarios y discrecionales, para saber si uno es capaz de pagar los créditos que alegremente nos ofrecen, para ahorrar y alcanzar nuestros objetivos de largo plazo, para vivir con los pies en la tierra y dentro de las posibilidades de cada uno, para crear un fondo para eventuales emergencias y para hacer un seguimiento de las eventuales desviaciones respecto de los objetivos propuestos.
El primer paso es determinar a cuánto ascienden los ingresos mensuales de dinero de cada uno. Pueden ser sueldos o salarios, aunque también hay que considerar las propinas e ingresos por trabajos extras. Si hubiera algún ingreso que tenga una periodicidad distinta de la mensual, se prorratea todo lo recibido en el año, para saber a cuánto equivale aproximadamente en forma mensual.
El segundo paso es detectar todas las salidas de dinero, absolutamente todas. Una forma evidente es anotando durante un mes cada concepto por el cual se gasta dinero. Otra forma más fácil sería si, cada que se gasta un solo centavo, se exige siempre el respectivo comprobante de pago y se guarda para luego sumar todos los acumulados a fin de mes.
El tercer paso es comprobar que la suma de todos los gastos minuciosamente contabilizados no supera a la de todos los ingresos recibidos en el mismo periodo de tiempo. Comprobar lo contrario de manera sostenida es verificar que uno se dirige a la miseria, la cual sólo está siendo postergada (y empeorada) con un acceso fácil e irresponsable al endeudamiento, probablemente con tarjetas de crédito.
Aquí conviene hacer una analogía que puede ser considerada muy dura, pero no es del todo descabellada. El crédito mal usado tiene un efecto similar al de cualquier droga: en el corto plazo pueden dar alivio y calmar la angustia (ansiedad) financiera, pero, cuando pase su efecto, dejarán a su víctima en una situación mucho peor. ¿Por qué? Porque cuando llegue la fecha en la que haya que pagar, si no se enfrenta profesionalmente el problema, su víctima necesitará siempre una dosis mayor, para calmar la angustia (ansiedad) financiera, pero en realidad sólo estará agravando el problema. Tal como ocurre con cualquier droga, legal o ilegal.
Por consiguiente, si en el presente los gastos superan a los ingresos, la única forma de evitar la ruina en el futuro es economizar, reducir los gastos desde hoy. De lo contrario, los déficit se seguirán acumulando y si hay cobro de intereses y comisiones de por medio, como en todos los créditos, los déficit crecerán exponencialmente como una bola de nieve. Para evitar que ello suceda, la única forma es velar porque los gastos siempre sean menores que los ingresos, ¿en cuánto?.
La mayoría de expertos sugiere que los gastos no debieran superar el 90% de los ingresos con la finalidad de poder ahorrar al menos un 10% de los ingresos de cada mes. Sin embargo, esto es insuficiente si se lo compara con el criterio generalizado que hoy utilizan los bancos para conceder sus créditos personales. Actualmente aún se supone que un banco prudente nunca concede créditos cuyas cuotas mensuales sean en total mayores al 30% de los ingresos netos de las personas.
¿Por qué entonces la mayoría de expertos sugiere ahorrar un 10% de sus ingresos, mientras que los bancos asumen que sus clientes sí podrán pagarles sostenidamente un 30% de sus ingresos? O los expertos son demasiado conservadores y subestiman la capacidad de ahorro de las personas, o los bancos son demasiado arriesgados al conceder créditos en unas condiciones en las que sobrestiman sistemáticamente la capacidad de pago (de ahorro) de las personas. ¿O es que todos se han confabulado para que las personas se valgan más del crédito que del ahorro?
Probablemente una mejor respuesta como regla general podríamos obtenerla si los criterios propuestos los planteamos al revés: las personas debieran tratar de ahorrar hasta un 30% de sus ingresos, de modo que si efectivamente lo logran, luego no tendrán dificultades en pagar las cuotas de sus créditos, que se supone no excederán ese mismo 30% de sus ingresos. O viceversa, si las personas sólo son capaces de ahorrar un 10% de sus ingresos, tal vez no debieran aceptar deudas en las que se les obligue a pagar más de ese mismo 10% de sus ingresos mensuales que antes ahorraban.
Y es que sin ahorro, ninguno de nuestros objetivos financieros de medio o largo plazo es posible. Toda adquisición importante requiere una acumulación de capital importante. No hay milagros. Sin ahorro no lo vamos a poder alcanzar. Cuesta menos si uno ahorra “antes” de la compra, cuando se nos paga intereses por ahorrar, que cuando uno ahorra “después”, cuando nos cobran unos intereses mucho mayores. Sólo el ahorro les dará el control de su situación financiera a las personas. Y una de las mejores formas para conseguir un ahorro sistemático es elaborando un sencillo y metódico control del presupuesto, personal o familiar.
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